
Mnemosine, la hija del cielo y de la tierra, como esposa de Zeus en nueve noches se convierte en madre de las musas. Juego y música, danza y poesía pertenecen a su seno , de la memoria. Sin duda esta palabra significa algo más que la simple posibilidad psicológicamente necesaria de retener lo pasado en la memoria. La memoria piensa en lo pensado. Ahora bien, «memoria», como el nombre de la madre de las diosas, no significa un pensamiento cualquiera de todas las cosas pensables. Memoria es la concentración del pensamiento en aquello que haya podido ser pensado ya. Memoria es la congregación del pensamiento. Ella alberga en sí y esconde lo que en cada caso ya se ha pensado antes en todo lo que le llegó a estar presente, en aquello que, siendo, otorga el haber sido. La memoria, la madre de las musas, el recuerdo de lo que ha de pensarse, es la fuente de donde surge el pensamiento. Por eso, la poesía es el agua que a veces corre hacia atrás, hacia la fuente, hacia el pensamiento como recuerdo. Mientras creamos que es la lógica la que nos instruye sobre lo que es pensamiento, seremos incapaces de pensar en qué sentido todo poetizar descansa en el recuerdo. Toda acción poética nace de la meditación del recuerdo. Casi como el rumiar nietzscheano.
Bajo el título «Mnemosine» dice Holderlin:
Somos un signo por interpretar…
¿Quiénes somos nosotros? Somos los hombres de hoy, los hombres de un hoy que lleva ya tiempo durando y al que todavía le queda tiempo por durar, pero eso en una prolongación para la que ningún cálculo temporal de la historia puede aportar una medida. En el mismo himno «Mnemosine» leemos: «Largo es el tiempo», a saber, el tiempo en el que somos un signo por interpretar. ¿No da bastante que pensar el hecho de que seamos un signo, y un signo por interpretar? Lo que el poeta dice en estas líneas y en las siguientes quizá pertenece al ámbito en el que se nos muestra lo que más merece pensarse, pertenece a aquello más merecedor de pensarse que la afirmación anterior sobre nuestro tiempo problemático intenta pensar. Quizá esta afirmación, si la pensamos adecuadamente, arroje luz sobre la palabra del poeta; y quizá las palabras de Holderlin, por ser poéticas, nos llamen con mayor apremio y, en consecuencia, con señas más claras hacia el camino de un pensamiento que piensa lo más merecedor de pensarse. No obstante, en un primer momento permanece poco claro cuál haya de ser el sentido de la referencia a las palabras de Hölderlin. Parece cuestionable con qué derecho en el camino de un intento de pensamiento mencionamos a un poeta y precisamente a éste.
El asunto del pensamiento no es sino desconcertante en todo momento. Y es tanto más desconcertante cuanto más nos mantenemos frente a él sin ningún género de prejuicios. Para eso se requiere la disposición a escuchar, que nos permite pasar por encima la valla del opinar usual y así llegar al campo libre.
Sócrates durante todo el tiempo de su vida, hasta en su misma muerte, no hizo sino ponerse en la dirección de esta corriente de pensamiento de lo que se sustrae, permaneciendo oculto a la mirada común. Por eso es el pensador más puro de Occidente. Y ésa es también la razón que no escribiera nada. Pues quien empieza a escribir desde el pensamiento ha de parecerse inevitablemente a los hombres que se esconden en el lado contrario de donde sopla el viento, para ponerse a resguardo de una corriente demasiado fuerte, y aunque esto lo mencione Heidegger, en lo particular nos gusta excluir a Nietzshe de esta generalización.
Y sigue siendo el secreto de una historia todavía oculta el hecho de que todos los pensadores de Occidente después de Sócrates, y para nada desmereciendo su grandeza, tuvieron escaparse sin ser vistos. El pensar pasó a los libros. Y éstos han decidido el destino de la ciencia occidental, que, a través de la doctrina de la Edad Media, se convirtió en la ciencia de la Época Moderna. De esa manera todas las ciencias brotaron de la filosofía en una doble forma. Las ciencias proceden de la filosofía en cuanto tuvieron que abandonarla. Las ciencias que así saltaron de la filosofía ya no pueden como tales dar de nuevo el salto de retorno a su origen. Ahora están entregadas a un ámbito esencial en el que sólo puede descubrirlas el pensamiento, supuesto que él mismo sea capaz de llevar a cabo su tarea.
Cuando el hombre está en la corriente hacia lo que se sustrae, dirige una señal indicadora hacia ello. Somos un signo en la corriente hacia ese camino. Pero allí indicamos algo que todavía no ha sido traducido al lenguaje de nuestro hablar. Eso está por interpretarse. Nosotros somos un signo por interpretar. Las palabras nunca alcanzan para explicar los contenidos del pensamiento, quizá la poesía lo transmita como experiencia sensible de alguna mejor manera. Como casi todo, el pensar es una experiencia, y en contrario que lo que muchas corrientes afirman, que se piensa en palabras, oponemos que el pensamiento tiene el campo libre, viene cuando él quiere y luego de largos procesos de compenetración, rumiado y espera. Sería como un sueño en el sentido freudiano, que luego se traduce por elaboración y trabajo, en un relato que solo tiene un sentido que debe ser interpretado en una apuesta a acertar con el origen no consciente de su origen y significado. Somos un signo por interpretar.
De Holderlin en el himno «Mnemosine» (Memoria):
Somos un signo por interpretar.No damos muestras de dolor, habiendo perdido la lengua en la lejanía.
Nuestro título es una paradoja, decimos memorias del futuro aun cuando el futuro no transcurrirá. (Para otro capítulo)
Si llevamos explícitamente las palabras de Holderlin al ámbito del pensamiento, hemos de cuidarnos de equivaler lo dicho poéticamente por Holderlin con lo que hemos puesto ante nuestros ojos como lo «más merecedor de pensarse». Lo dicho con sangre poética y lo dicho en modo pensante no son lo mismo; pero a veces son lo mismo, a saber, cuando se abre pura y decisivamente el abismo entre poetizar y pensar. Esto puede suceder cuando el poetizar es alto y el pensar profundo. También de esto sabía mucho Holderlin. Aislamos algo de las estrofas tituladas:
Sócrates y Alcibíades
¿Por qué tú, sagrado Sócrates,
a este joven rindes incesantes honores?
¿No conoces cosa mayor?
¿Por qué tus ojos
lo miran con amor
como si a dioses miraran?
La segunda estrofa da la respuesta:
Quien lo más profundo ha pensado,
ama lo más vivo,
alta juventud entiende quien al mundo ha mirado.
Y con frecuencia los sabios
al final se inclinan a lo bello.
Nos interesa el verso: «Quien ha pensado lo más profundo, ama lo más vivo». Pero en este verso con demasiada facilidad nos pasan desapercibidas las palabras propiamente significativas y, por tanto, fundamentales, a saber: los verbos. Oímos el verbo si acentuamos de otra manera el verso, desacostumbrado para los oídos habituales:
Quién ha pensado lo más profundo, ama lo más vivo.
La gran cercanía de los dos verbos «pensado» y «ama» constituye el centro de este verso. El querer descansa en el pensamiento. Es un racionalismo admirable el que funda el amor en el pensamiento. Parece como si tuviéramos ahí un pensamiento fatal, que está en vías de volverse sentimental. Pero lo cierto es que no se halla ninguna huella de esto en el verso citado. Apreciamos lo que él dice cuando somos capaces de pensar. De ahí que preguntemos: ¿qué significa pensar?
La pregunta «¿qué significa pensar?» nunca puede responderse mediante una determinación conceptual del pensamiento, mediante una definición del mismo, de modo que a partir de ahí pudiéramos extender directamente su contenido. A continuación no pensaremos sobre el pensamiento. Quedaremos fuera de la reflexión, de una reflexión que convierte el pensamiento en su objeto. Grandes pensadores, primeramente Kant y luego Hegel, se dieron cuenta de la inutilidad de semejante reflexión. Por eso se vieron obligados a llevar sus reflexiones más allá de ella misma. Si fueron muy lejos, hasta dónde llegaron ellos, es una cuestión que nos dará mucho que pensar en el lugar adecuado de nuestro camino.
En Occidente el pensar sobre el pensamiento se ha desarrollado como «lógica». Ella ha recogido conocimientos especiales sobre un tipo especial de pensamiento. Por primera vez en tiempos muy recientes estos conocimientos de la lógica se hacen prolíficos científicamente, lo cual acontece en una ciencia especial que se llama «logística». Ésta es la más especial de todas las ciencias. En muchos lugares, especialmente en los países anglosajones, la logística es tenida ya por la única forma posible de filosofía rigurosa, porque sus resultados y su procedimiento proporcionan una utilidad segura para la construcción del mundo técnico. Por eso hoy en América y en otras partes la logística, como la auténtica filosofía del futuro, comienza a asumir el dominio sobre el espíritu.
Por el hecho que la logística se une en forma conveniente con la psicología y el psicoanálisis modernos, así como con la sociología, el trust de la filosofía venidera será ( o mejor: sería) perfecto. Y lo cierto es que ese cerco de ninguna manera ha de considerarse como una simple creación del hombre. Más bien, las disciplinas mencionadas está bajo el destino de un poder que va más lejos, de un poder cuyas designaciones más acertadas siguen siendo seguramente las palabras griegas «poesía» y «técnica», supuesto que para nosotros, los pensantes, denominen aquello que da que pensar, aunque la logística lo dé por determinado.
Ni el trabajador industrial, ni el ingeniero, ni el propietario de una fábrica, ni menos todavía el Estado, pueden saber dónde se sostiene el hombre actual cuando se halla en alguna relación con la máquina y con partes de la misma. Todos nosotros no sabemos todavía qué mano de obra tiene que desarrollar el hombre moderno en el mundo técnico, y tiene que desarrollarla incluso en el caso de que no sea trabajador en el sentido del trabajador en la máquina. Tampoco Hegel, ni Marx, podían saber o preguntar esto todavía, pues también su pensamiento había de moverse aún bajo las sombras de la esencia de la técnica, por lo cual ellos nunca llegaron a un campo abierto en el que pudieran pensar suficientemente acerca de ella. Por importantes que sean las preguntas económico-sociales, políticas, morales e incluso religiosas que se traten en relación con la mano de obra técnica, nunca llega ninguna de ellas al núcleo de la cosa. Éste núcleo se esconde en la forma todavía no pensada bajo la cual es en general todo lo que se halla en el ámbito del dominio de la técnica. La razón de que eso no haya llegado a pensarse hasta ahora está ante todo en que la voluntad de acción, es decir, de hacer y obrar, arrolló al pensamiento.
Quizá algunos recuerden la frase: el hombre anterior ha actuado mucho y pensado poco. Pero la falta de pensamiento no tiene su fundamento sólo ni primeramente en que el hombre haya cuidado poco el pensamiento, sino en que lo que ha de pensarse, lo que propiamente da que pensar, se sustrae desde tiempos inmemoriales. Porque está de por medio esta sustracción, en la que permanece oculta la dimensión última a la que se remite a la mano de obra de los manejos técnicos. Esa sustracción es la que propiamente da que pensar, es lo que más requiere pensarse. Quizá ahora ya notemos mejor que lo más necesitado de pensarse, aquello en lo que se mantiene oculta la esencia de la moderna técnica, nos interpela constantemente y por doquier, que eso incluso está más cerca de nosotros que lo más manifiesto en el primer plano de los manejos más cotidianos, y sin embargo se nos sustrae. De ahí sale la necesidad que escuchemos finalmente la exigencia de lo que más requiere pensarse y aparece lo necesario para hacerlo. Ahora bien, para poder percibir lo que nos da que pensar, por nuestra parte hemos de abrirnos al aprendizaje del pensamiento.
Pero lo que menos tiene nadie en sus manos dentro de la mano de obra del pensamiento es el hecho que en ese aprender, aunque nunca a través de él, lleguemos a la relación con lo que más requiere pensarse. Ya lo sabemos, lo importante de la cuestión es estar en el camino y no fuera de él.
Si hasta aquí llegamos hoy, pretendiendo hacer una memoria del futuro desde el borde del proyecto intelectual vigente, diríamos: una ciencia especial que se llama «logística» será la más especial de todas las ciencias. En muchos lugares, especialmente en los países anglosajones, la logística es tenida ya por la única forma posible de filosofía rigurosa, porque sus resultados y su procedimiento proporcionan una utilidad segura para la construcción del mundo técnico. Por eso hoy en América y en otras partes la logística, como la auténtica filosofía del futuro, comienza a asumir el dominio sobre el espíritu.
No nos sorprendemos de ello. Es lo que hay. De la mano de las nuevas formas imperiales, tecnológicamente sofísticadas, desarrolladas según un plan, para un mundo globalizado y superpoblado, y con técnicas ancestrales aprendidas desde el éxito de los dispositivos religiosos, con una diferencia desde su origen. Si los dispositivos de influencia religiosos vinieron bien para ahorrar gastos militares por el uso de la fuerza directa, hoy se se retornando a esa fuerza, porque ya se ha invertido y acumulado bastante para no justificarla. Y ya lo sabemos, el mero uso de palabras permite cualquier explicación, en un ambiente en el que nada vale todo vale, y no que hay que volver a Nietzsche para entenderlo.
Además la disposición de armamentos nuevos y sofisticados y enormes masas de soldados, son un paliativo a la subocupación creciente, se crean ejércitos de pobres para combatir a los pobres que no aportan al sistema. Es pura logística, que acrecienta la obediencia debida o la muerte. El absurdo ha vuelto a reinar, si fuera que alguna vez lo abandonó.
Queda el hombre esencial como expectativa, que asombrado de la nueva realidad del mundo que hace frente, salga del letargo y se ponga a pensar, y que en ese camino dando cuenta de la absurdidad del destino que depararía el futuro que aun no existe bajo el dominio de la nueva logística, retorne a las leyes que la naturaleza le otorgó en su origen, sepa discernir las cosas en nombre propio y vuelvan a disfrutar primero y concretar en acciones después su espiritualidad tal fuera devenido hombre en la Naturaleza que lo permitió, Y si así no ocurriera, ya podríamos mencionar, que el hombre, como tal, sapiens, está en vías de extinción antes del final cósmico que ya está reservado por las leyes del Universo.